Desde que corro con ella no puedo evitar este llanto niño, esta boca rota. A veces volteamos a medias, en turnos mal actuados, pero el miedo es inherte, decimos, y lo repetimos con la misma facilidad que encontramos otro paso; si este puto día no fuera tan largo hubiera soltado el arma en una esquina de pena.
Bebe hasta el último rayo, princesa, que pronto comenzará a oxidarse este bello césped y no habrá amparo mas piadoso que una roca; este hilo en mi tobillo, este harapo en tu espalda, pronto nos irá masticando y ya no seremos ni medio pelo del, otrora, cielo.
Marcia, no dejes nunca de inyectarme esta premura de bestia en ocaso, este jalarme ahogado en el pecho; se bien que tu sucucho sombreado y turbio hoy podés verlo latir como un palacio imperial erguido en un marcador de punta tibia, pero dormir sobre la luz no nos habría hecho brillar.
Aquel señor no tiene rostro y se golpea hasta entenderlo, una berenjena se abre los brazos con un puñado de soja, el peluquero destripa un tiempo y cambia el ritmo del vals, bailan marote ahora y es divertido pero corremos por dentro, y nos brotamos y lloras y te mezclas contigo misma, y ellos nos creen con ellos y todos palpan y saltan, y todos lloran y corren. Yo intento ganarte una puerta para poder quitar los tacos de tanto alcohol sin fumar. No lo hagas José que nada vale este gesto, llevate si queres hasta mi medallita de la virgen, pero disparame por un teléfono que tengo gusto a bailar.
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