martes, 18 de octubre de 2011

Eco

Que bebas con mi boca la constancia de noviembre,
al pasto, y solo al pasto, hacernos hoja,
que la niñez no duerma en la memoria,
los ojos que vistamos sean orfebres, aves de la sombra.

Límpiame con tu llave los silencios de las tasas,
si es tiempo, traeré centellas a vestirte las ventanas,
permitamos el bosque donde el sol bien esconde crear sentido,
si abrazamos el frío, la risa no tendrá que ser un gesto.

Despoja a la tormenta del arrabal degradé
que este puño de arena nutre lo polvo y la maravilla,
toma esta bala ciega de perfume de cabello
y estaquea la efímera calma que vuelca el regresar.

No me pidas medida en observarte,
que la piedad tu mano olvide lejos,
arrógate el derecho a desangrar cada vacío,
evócame el designio de poblarnos como un eco.

Ardid cigarro

Cuando no quede
con qué atentar contra el pulso regular,
cuando ya nada cimbre
haya disparo o rauda fuerza
del mar libro enemistando la vaguedad,
sea ciego el silbar de las certezas
y con el alma puedan naufragar
las espadas naturales.

Cuando a nacer no llamen
los algoritmos del silencio
y entre cada canción
no arrumbe el látigo latido,
cuando baile alarido
el sombrío amanecer que se sucede
pirámide a las mieles
truncada vela o de arena catedral,
cuando sea un juglar
el brío fuego a la manivela,
cuando al dragón su antena
disuada el resto de la mañana,
cuando la luna invadan
los justos lentes a la montura,
cuando ya no haya bravura
en el viento cincel del polvo de las eras
pues mi calavera rueda de mundo accesoria
habré agotado al fin tu leve gesto,
ardid cigarro en la deshora,
tu locura en el vaso
y luego el labio
sabe no regresar.