miércoles, 11 de marzo de 2009

Duerme

Ella aromaba los vidrios
que brotaban de mi boca
ese fino cuchillo
de ancha hoja
y todo brillo
se reía y me iba
en sangre
se plagaba de mi carne
y pleno yo era un rosal
borravino y luminoso
distraído armonioso
como un libro
orgulloso de ser hijo
y ser ojo
de la mano fanal.

Vidrios y mas vidrios
salinas en castillos
nubes torpes de piernas
soles truncos de bordes
mas perfume
y las riendas se nombraban y nombraban
que me colma que me afana
que me quiebra en otra voz.

El color que se quema
y como un surco a una grieta
el halo prima a volar,
ella recoge el dedal
yo premura yo recta
vuelco el sumo de mis días
alzo el ala perdida
grito
y mudo a la par.

El reloj vuelto timo
brote en ron de pabilos
sin volverme
quise ido
mientras
cuerpo y vestido
eran todo lugar.

Duerme.

Un café y ella la actriz

Te olvidas sobre la tele del cuarto los puchos que te pidió al teléfono le llevaras, pues él no recordó, él corría. Ahora tú te aprisas. Empujas las cosas al bolso que ya te cuelga, revisas la llave del gas y pretendes, entre tanto, remendar o traer unos números que tu cabeza jadea torpemente y sin caso. Luego él te dirá. Seguro recuerda.
Hay algo que sabes que no sostienes y son los cigarrillos, pero será solo en la parada cuando un ansia mal curada los devuelva a la boca de tu mente. Ya es tarde. Volver ahora quitaría hasta el espacio de la excusa, que aunque ya sabes que no te vale y que, así como te es permitida, te gusta auto complacerte repitiéndola y sintiéndote un tanto menor de culpas. Tú misma acabas por creer que un desdichado señor arrojó sus deudas y dudas a los hierros del vagón lucero en la estación de Villa Luro y, aunque casi no existan señores pero broten desdichados en Villa Luro, puede que nunca haya ocurrido aquello, no hoy, no ante ti, no.
Pero los puchos de Alejandro; que no tengo plata ni porqué, que el atado estaba prácticamente lleno, que como vos los dejas ahora yo soy una toxina que besa, bueno, yo no los puedo dejar, y no tenes derecho a hacerme esto, que no sabes cómo estuve toda la mañana que... Le tomas las manos para encontrarle los ojos como si la no intención solo cupiera al cruzar sus retinas de congoja mortuoria. Te juro que no...Siempre es igual Lucía, todo tiene que ser a tu modo...Por qué siempre igual, dame un ejemplo...Y él chista quitándote la vista de a poco hasta darte la espalda. Vos no lo repetís porque todavía no es el momento de atacar su queja con ofendimiento, y perdés la mirada entre su cuerpo y un punto cualquiera a la espera de su rostro...
Pero que carajo!, la idea te llevaba la mano a la boca y tropezó con la tinta de sellos que empapa en el logo y las líneas punteadas la propuesta de emisión recién impresa, e impresa en color, por lo que tenes que volver a pedirla en la biblioteca de planta baja. Como ayer te ocurrió lo mismo, le pedís a Laura de contaduría si te hace el favor, que no hay apuro (que ella tenga que saber) y te reís de un chiste que apenas si escuchaste pero viste. Gracias.
Levantas el rostro de soslayo al techo y alzando la voz preguntas si alguien sabe que significa la abreviatura Ltda. , pero ni Rita ni Carmen o Vera retiran siquiera la vista de su pantalla, ni giran ni hablan; no trabajan, pero lo ensayan de modo admirable. Gracias.
“....are flowing out like endless rain..., like endless rain..., out like endless rain...”, chicas, cómo era que...?, en una hendija del pensamiento que no consume ni palabra en tu cabeza entendés la vaga y rota realidad comunicacional de la oficina.
Te levantas por un café de los que no te gusta pedir y te molesta hacer, la cantidad de azúcar y la travesía odiseaica hasta la cocina. Saludas a Lis, a Martín y a Erica, del resto no encontrás los ojos. La sala, el despacho, los casilleros...Nada te urge cuando emprendes hacia esta parodia de beneficio. Gente del ramo de los cafeínicos ha conseguido mas de una plaza en el hospicio de quienes nunca encuentran su camino, pues no hay destino en quién ansía y sacia la idea lacia de un horizonte sin sueños.
Dicen que Julio de maestranza posee una suerte de mapa o plano hacia el tesoro negro desde cualquier punto u oficina, pero que sólo tienen acceso a él quienes fueran capaces de brindarle algo que no cuente en su brillante arca de ofrendas. Plástico, eléctrico, líquido o escrito, ya todo han sabido acercarle rimando una pena por poco en un ruego, todo por un vistazo elefantino a la legendaria carta que existe una sola vez y para siempre acotando toda posibilidad de reclamo. Tal es su aura de quienes pueden ver las tierras nadando hacia los barcos, que hace ya más de dos años que alguien no invierte palabra alguna en sus gestos, y aunque vos crees tener el quid de su siniestro conocimiento de una alopecia inmaterial, no querés dar el puñal para que mate mi leyenda.
Ves que Rita te sigue pero no sabes si intenta decirte algo o solo busca dar con el mismo destino que apresura tus párpados. Postergas las pausas hasta otro pensamiento que concluya y comenzás a girar a cada pasillo que te alumbra. Ella no parece perderte el paso pero es difícil que lo calcules con precisión entre escritorios y muros de camelo que bien espejan la jerarquía de quienes amparan. Procurás no voltear a cada indicio supuesto, pues tu cansancio te vuelve más torpe con cada zanco. Prácticamente corres (con toda la dimensión que ello puede alcanzar y repercutir en un salón de oficinas).
Tampoco vos sabes ya a dónde te diriges en vía a la meca menos dulce, pero es que nunca lo supiste, ni siquiera yo a decir verdad, sin embargo nadie logrará alcanzarte hasta haber quemado la última de tus naves.
El ventanal del despacho de Sergio comienza a renovar el horizonte que te negás. Hay dos personas junto al paso de Rita pero sus ojos siguen enseñándolos uno. A la izquierda, siempre la izquierda suele decir Nati, tu hermana, y, por extraña casualidad o no, siempre estaban allí las puertas nuevas. Dudas el espacio suficiente para que quepa en tu cabeza la idea de lo rala a tu naturaleza de esta automaticidad para la huida. Puede que hasta te encuentres en otro piso pero acaso es parte del desperdicio de señales que intenta tu yo mas pleno dejar a tus espaldas.
Los pasos que siguen tu distancia se ensanchan, podes sentirlos en la piel y en el oído, temes saberlo con certeza. Tal vez frenar sea lo mas cauto, pero llegar te asestaría con todo el mar de ansiedad a tus anchas.
Hay puertas que ya no ceden, hay luces que ya no siguen. Cerrás los puños y gopeás tu cintura con una avidez mariposial.
No podes sobreactuar en una velocidad que ya no alcanzas, lo único que cabe es un reparo, y cuando digo único es porque no queda mas opción y porque tan solo es un lugar: mi mente. Quién se atrevería a hurgar allí a menos que lo consienta mi pluma. Aunque te encuentres en lugares que tu costumbre no corresponda(otro sala u otro piso), lo que necesitas no posee realmente un espacio físico, ahora sí que ni siquiera el eco corto y prácticamente sin lugar de los cientos de pasos de presa que hilvanan tus intenciones podrían desahuciarte.
Tomas el comino libre de lo que no estoy pensando pero logro encontrarte en el patio de mi casa, luego en las canchas que otrora empolvaran los frentes del hospital Santojani, ahora estas en mis ideas sobre los rituales mortuorios. Repites frases que en mi madre deslizaban como es el barro al torrente, jugás con las claves de mi caja de ahorro y mi maletín de piel de cocodrilo inflable, tergiversas los aromas que amparan ciertos tiempos de paredes pre- construidas y mesas con saleros improvisados, te ocultas en un color que tal vez debió haberme cercenado de algún modo en una devolución epistolaria adolescente. Te escucho reír murmurando bocanadas de encierro, sabes que no es fácil y un retoño de muerte te invadirá los huesos. Pero qué hacés?! Ten respeto de mis muertos! Ni con ella ni con ninguna!...No!...Basta.
(Mente en blanco)


Ahora se te blanden los ojos de una robustez blanquecina, mirando hacia arriba te reconoces en la oficina de personal y en tu lugar de personaje. Tarde era ya cuando apagaste la última luz de las laderas del pasillo. Algunos te vieron, el resto siempre fueron máquinas.
Se apostaron frente a la entrada y el ventanal como quien espera un formulario, casi sin rostro. Poco a poco los golpes a palma abierta inundaban la horizontal y vertical. Una marea alta. El ritmo irrumpe en tu pulso como lo hacen los bajos de Morphine. Late. Sentis el corloc dando entrada lenta, de lima carcelaria. Cede.
Te paras en un solo movimiento que bien podría haber sido una pausa, los hilos que te demoran son los mismos que te alzan por debajo de los hombros. Ya es tarde, el cielo empieza a pronunciarse. Transversal a quienes te amurallan avanza el cuerpo de la empresa. Comienzan a irse. El subte de seis y ocho cargará con gran parte de ellos. Gradualmente pierdes la atención, ya no empuja.
Nadie mira la puerta y decidis salir. Cuando empezás a abandonarte a la marcha un giro de cuerda que se corta hace pender tu alma de tus solapas y te arroja brusca y sin soltar Rita contra el falso muro y susurra:
- Ni con ella ni con ninguna…digo, las almas que se salvan son de luz, el resto somos café- luego sus brazos caen sin ánima contra su cuerpo que acata la huída.
Aguardas que su figura se diluya y, como quien disimula lo que no es suyo, avanzas pesadamente entre el vaivén de tus ojos en un perfecto Ecuador.
Cruzada la segunda esquina intentas aprolijar tu imagen de ti. Girando la ochaba a tu derecha te espera Alejandro con su sonrisa cansada pero harto límpida. Pita y arroja el pucho. Te abraza desde el pecho hasta el extremo de su ser. Te besa, e incorporando el paso, te toma la mano y te invita un café.

viernes, 6 de marzo de 2009

Canto I

Si hay más de vidrio
en recoger tus muñecas de mis sombras
como figuras que se jalan
para anudarse en un zapato,
tendré por bien darle a mis llaves
que otrora intento fueron ruido;
veré tu verbo en mi vacío;
detendré en mi vaso la gota.

Si el soliloquio de verano
te engendrará como a las hojas
y encimarás mi voz
cual rima añeja
y más besada,
bien cuidaré
dormir tu pausa
para olvidar que en vano el río no cesa,
un lienzo por cada palmo,
un cielo por cada pieza;
ala
libando un atrio
de infinita mudez,
de infinito canto.

.Texto taller- Dupont M.

Desde que corro con ella no puedo evitar este llanto niño, esta boca rota. A veces volteamos a medias, en turnos mal actuados, pero el miedo es inherte, decimos, y lo repetimos con la misma facilidad que encontramos otro paso; si este puto día no fuera tan largo hubiera soltado el arma en una esquina de pena.
Bebe hasta el último rayo, princesa, que pronto comenzará a oxidarse este bello césped y no habrá amparo mas piadoso que una roca; este hilo en mi tobillo, este harapo en tu espalda, pronto nos irá masticando y ya no seremos ni medio pelo del, otrora, cielo.
Marcia, no dejes nunca de inyectarme esta premura de bestia en ocaso, este jalarme ahogado en el pecho; se bien que tu sucucho sombreado y turbio hoy podés verlo latir como un palacio imperial erguido en un marcador de punta tibia, pero dormir sobre la luz no nos habría hecho brillar.
Aquel señor no tiene rostro y se golpea hasta entenderlo, una berenjena se abre los brazos con un puñado de soja, el peluquero destripa un tiempo y cambia el ritmo del vals, bailan marote ahora y es divertido pero corremos por dentro, y nos brotamos y lloras y te mezclas contigo misma, y ellos nos creen con ellos y todos palpan y saltan, y todos lloran y corren. Yo intento ganarte una puerta para poder quitar los tacos de tanto alcohol sin fumar. No lo hagas José que nada vale este gesto, llevate si queres hasta mi medallita de la virgen, pero disparame por un teléfono que tengo gusto a bailar.

La condena

Le cubrió los oídos como excusando su culpa. Pero cuando todo acaba la pena halla siempre el resquicio. Es decir, de qué me sirvió si parte de su cuerpo luego estaba en mi rostro como frutas viciadas que se arrojan contra un muro. Qué estúpida fuiste mujer, como seguir sintiendo madre. Estas lluvias como hoy, aún te intentan recuerdo, aunque no valgas siquiera el agua que mancha el techo del baño.
Todo te ha perdonado, las fotos, los perfumes, los nombres largos de las calle cortas, los papeles escritos estando al teléfono.
Que estúpida fuiste mujer, que ni siquiera pudiste matarlo. Había moscas ya en su pecho, el plomo solo lo ha acostado. Si eso fue amor, es que no esperas cartas mías.

En donde las horas te esperan, veras el prado donde has dejado tostar la miel de mi sonrisa. El cielo en el borde de la mano, las sombras debajo y por encima de las sillas.
Te enviare flores en octubre para remozarte la tristeza. Que no encuentre la puerta, que no haya plegaria que le de pan a tu alma, un puñado de esperanza será toda esta mierda de luz que me obsequiaste.
No morirás, estúpida, no así de simple, no tan fácil como sangre, tu hija no me lo perdonaría.

Giro- ondeando

Iluminando la entrada
se miente de a gotas
mi curso fugaz,
puedo volver la mirada
y hallar mi varada
cintura de acopio cintura plural.

Desde las perchas del cuarto
hasta el mismo ritual de humedades figurativas,
desde la escriba parcela
hasta el piso de abrevas de parcas de reinas de pulsión de vida
puedo tropezar contigo
con el mismo tino
que doy con el sol,
luz o tibia sensación,
cualquiera su gema, expresarte es color.

Dónde me dejas si voy
cual runa a tu suerte de asfalto labial,
donde cenizas juntar
el tiempo me escribe del tiempo a pasar;
no disparar me detiene
en la calma por eje ya no tengo de mi,
dormir luego de vivir te tiene tan cerca.

Rueda el cielo es un decir que transcurre al umbral que transpone mi techo,
tanto desgarró tu brazo por provocarme una caricia
que al abrir un nuevo jardín
podría sostenerlo todo en un solo golpe,
el perfume beber sin trinar un galope,
un terruño de piel es, luego, pretenderme en la piel que perfuma otro cobre.

Giro marino, liviano,
un giróscopo ralo
pero amparo al final.
Cruz, diamantina o vocal,
todo yo he sido en vano,
el veneno es unilateral.