jueves, 21 de mayo de 2009

Flores

No quedan hojas en el frente
que solo en frío se mancha,
una flor sangrienta
echa el sol contra los muros,
el rumor nos jala los hombros
y somos todos muertos verticales,
nos odiamos con los ojos
pero somos piadosos de mí,
de mi vos, de mi tú, ustedes,
de mi yo.

No hay más amor que costumbre
en los ritos aún cenicientos,
tragando a círculos del aire
nos viciamos torpemente,
toda pieza es escrutable
entre el olvido y la boca de alabastro.

Enormes, de paso,
las aves no caven en el tiempo.

La tormenta nos confunde
bajo su aguasombra predicha,
dos pies miden un reino entero
de vidrios ciegos
y exaltados.

Si hasta tu palmo cruza
mi conjuro de vientos opacos,
será que mi arroyuelo de fantasmas
lograron darse el agua
que nunca más rió.

Tener la muerte atenta
es una daga
que lleva en sus espaldas
la luz que el sol no da;
la flor sangrienta busca entre sus piernas
mientras la voz no cesa
y la tierra es otro mar.

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