sábado, 19 de diciembre de 2009

Los inventos de Carola (cuento inconcluso, no los inventos)

Hace muchos pero muchos años, en tierras que hoy en día sólo reconoceríamos de sueños, de los labios de la única flor que el viento no lograba desteñir de invierno nació Carolina.

Su ser, desnudo y violáceo que aún guardaba los hilos del seno de la corola, se extendió en la tierra y latió por cada ápice de roce su entrelazada alma de barro y tinta.

Tal era su gozo, que el vértigo indómito que manaba de su pecho no le permitía dejar de girar en la grama cual llave que abre y cierra el paso.

Menguada tras su respiración, que apenas si lograba contener en el pecho, decidió ser más, ser en otras formas.

Así, avanzó a tientas a gatas, percibía cada variación de la naturaleza sobre sus manos, sentía el perfume mas puro que da la vez primera, se dejaba acariciar por todo lo que atravesara su paso cuatralbo.

Al cabo de varios días, Carolina lo había sentido todo separando sus manos, ondeándole el cuerpo cual viento a las piedras, pero este tiempo hizo hábito y con la norma ya no fue suficiente el estímulo para conformar el ánima que absorbía el mundo como un sonido.

Fue así que, girando formas, forzando y gritando es que acabó nuevamente en su cuerpo.

Comenzó dónde la vida ata la gesta, persiguiendo con su índice los caprichos de la piel, haciendo anillos, punzando, soltando pequeñas carcajadas de placer e incertidumbre.

Aún siendo tan inmensa la energía que cada bocanada de risa despuntaba por su cuerpo, su piel se tensaba de viento que secaba y hería y ya no tenía forma de burlarle.

Recostada de canto, recogió su cuerpo dándose reparo, formó el labio plegado de una flor nocturna uniendo sus piernas al pecho y envolviendo su nuca con ambas palmas.

En su ceñida postura prosiguió con su cercanía de sí.

Jugó con su cabello arremolinando sus dedos, intentando vencer las líneas con sus uñas.

Dibujó lento su rostro con las yemas, reconoció en su boca una textura que no repetía otra parte del cuerpo, la estremeció sentir el bello dentro de su nariz y quitó de fuego su mano, halló en las cuencas un descorrer subterráneo que la incitaba como un ave presa de jaula al sentir sus alas, su excitación lindaba con la premura y ya eran diez llaves las que forzaban, dar con la grieta fue liberar un nuevo día.

Carolina había creado la oscuridad, abriendo sus ojos inventó la luz.

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